LA DIGNIDAD HUMANA
En este artículo, he querido dar un matiz diferente
a la palabra propiamente dicha “dignidad”. Es decir, trataré de que no se quede
en un significado que podría sonar un tanto abstracto y quizás, puramente
vacio; sino del hombre como imagen y semejanza de Dios, dotado de una dignidad
sin igual y llamado al sumo bien que es en definitiva el objetivo primero de la
moral.
El hombre, creado con una dignidad sin igual.
El ser humano está en una búsqueda
continua de sentido y la razón última de esto es, precisamente, que éste posee
una dignidad sin igual que le hace superior al resto de lo creado. “Crece la conciencia de la excelsa dignidad
de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y
deberes universales e inviolables”
El hombre, siempre busca más, vive en una
permanente inquietud. Parece que sus múltiples conquistas y realizaciones no
logran alcanzar lo que “es”. Se diría que es un ser intradistante, porque dista
de sí mismo y de los objetivos que se traza. El hombre tiene la extraña virtud
de medirse por un rasero superior a sí mismo. Parecen acertadas estas palabras
del marxista crítico E. Bloch: “somos seres en fermentación… estamos
incompletos como ningún otro ser vivo…” ¿Algo nos arrastra y nos impulsa, es
que existe algo diferente en nosotros los seres humanos? En los animales, las
necesidades fisiológicas cesan tan pronto han sido satisfecha. “No permanece como en el hombre demandando
más, dando rodeos para calmarse con formulas distintas, con un nuevo adonde y
para qué”.
Por otra parte el ser humano se siente
superior a los animales y vegetales que le rodean, pero ¿es esta comparación,
de la cual sabemos que es abismal, la que hace grande al hombre? ”El ser humano debe buscar un ser superior
al cual haga referencia y ante el cual sea inferior, pero que le dé razón de
esa dignidad de la que es común pues de Él la participa porque sin esta
escala de comparación haría del hombre un ser inferior.
¿Qué es, en suma, lo que hace a uno
grande, la necesidad de compararse con lo de abajo o la posibilidad de
compararse con lo de arriba? Resulta sugerente leer en esta perspectiva el
texto de 2Co 10, 12 “¡que estúpidos! Se miden con su propia medida
y luego se comparan consigo mismos”.
La raíz de la superioridad del ser humano,
que le hace al mismo tiempo vivir insatisfecho precisamente porque no acaba
nunca de igualarse con su medida, está en que ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios. Esta es también la razón ultima de su dignidad y lo que hace
de él, en este mundo, un ser igual.
“Dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra
imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de
los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los
reptiles que rapten por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a una imagen
suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.” (Gen 1, 26-27).
“El
día en que Dios creó a Adán, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra,
los bendijo, y los llamó hombre en el día de su creación” (Gen 5, 1-2).
Por el hombre no se comprende plenamente
solo en referencia a Dios. Más que del
polvo, el hombre procede de Dios (Cfr. Gen) para volver a Dios y no al polvo.
No puede darse, pues, ninguna respuesta cabal sobre el hombre que no tenga en
cuenta su relación con Dios.
“En
consecuencia, la idea que nos hagamos de Dios condicionara nuestra concepción
del hombre. Así, en la carta a los Romanos 1, 23-25.28 se une la falsa idea de
Dios con una falsa y desordenada idea de lo que es ser hombre”
Esto se debe a que “perdiendo el sentido
de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de
su vida”.
La excelsa dignidad del ser humano
proviene de su relación con Dios: “al hombre se le ha dado una altísima dignidad,
que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su Creador: en el hombre
se refleja la realidad misma de Dios”. Al hacerlo a su imagen, “Dios comparte
algo de sí mismo con la criatura”. El
libro del eclesiástico reconoce que Dios al crear a los hombres “de una fuerza
como la suya los revistió, a su imagen los hizo” (Cfr. Eclo 17,3). Esta fuerza
no se refiere únicamente al dominio del hombre sobre el mundo, sobre las
bestias de la tierra y a su supremacía sobre las cosas (Eclo. 17, 4; Gen. 1,
28). Se manifiesta sobre todo en las facultades espirituales más
características del hombre, como la razón, el discernimiento del bien y del
mal, la voluntad libre: “les formó un corazón para pensar. De saber
e inteligencia los llenó, les enseñó el bien y el mal” (Eclo 17, 6-7).
“De todas las criaturas visibles solo el
hombre es capaz de conocer y amar a su creador” (GS 12,3) es decir que el hombre ocupa un lugar
sin igual en la creación porque “es la
única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24, 3) “sólo
él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de
Dios. Para esta vida ha sido creado y esta es la razón fundamental de su
dignidad” (CIC. 356).
A la luz del nuevo testamento, la grandeza
y dignidad del hombre alcanza una cumbre no superable, sin comparación posible
con ninguna otra concepción del hombre, sea filosófica o religiosa. Por una
parte, la Encarnación manifiesta la grandeza del hombre. Pues “el hijo de Dios con su encarnación se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre”.
De allí la exclamación de San León Magno:
¡Reconoce Cristiano, tu dignidad! Puesto que has sido hecho participe de la
naturaleza divina! Por una parte el hombre tiene tal dignidad que Dios mismo
puede hacerse hombre. Por otra parte, esto significa que en el hombre hay una capacidad
para lo divino. “Tanto la posibilidad de
que Dios pueda hacerse hombre, como la capacidad de lo divino en el hombre, es
la más profundo consecuencia de que el hombre haya sido creado a imagen de Dios”.