DIOS DA QUÉ PENSAR
Por: José César Guzmán
Núñez
“¿Quiere Dios prevenir el mal, pero no puede? Entonces no es
omnipotente.
¿Puede hacerlo, pero no quiere? Entonces no es benevolente.
¿Puede y quiere hacerlo? ¿Entonces por qué existe el mal?”
— Epicuro (atribución por Lactancio, De Ira Dei, cap. XIII)
El martes 8 de abril de
2025, una noche que debía ser de esparcimiento se convirtió en horror. Un hecho
violento en la discoteca Jet Set, en pleno centro de Santo Domingo, cobró vidas
y dejó heridas abiertas en familiares y en toda la sociedad. Ante una tragedia
así, resurgen las preguntas más profundas, las que ningún parte policial ni
discurso político puede responder. ¿Por qué permite Dios que ocurran estos
males? ¿Dónde estaba Dios esa noche?
No es una interrogante
nueva. El filósofo griego Epicuro (341–270 a.C.) la formuló con la precisión de
un bisturí lógico. Su trilema —una encrucijada de tres premisas— sigue siendo
una de las críticas más incisivas a la noción de un Dios todopoderoso y
absolutamente bueno:
- Dios es omnipotente (todo lo puede).
- Dios es omnibenevolente (todo lo bueno
quiere).
- El mal existe.
Estas tres afirmaciones,
tomadas juntas, parecen incompatibles. Si Dios puede y quiere eliminar el mal,
¿por qué sigue existiendo?
La herida
de la razón
Epicuro no negaba la
existencia de los dioses, pero los concebía como seres perfectos que viven en
ataraxia, ajenos al mundo humano. Su conclusión era inquietante: si los dioses
no intervienen, entonces estamos solos ante el mal. Y si lo hacen, ¿por qué
permiten que el dolor inocente —como el vivido esa noche trágica— ocurra?
Este dilema ha ocupado a
pensadores durante más de dos mil años. Intentar resolverlo dio origen a lo que
hoy llamamos teodicea (del griego theos, Dios, y dikē,
justicia): el intento de justificar a Dios ante la existencia del mal.
La
teodicea de Agustín: el mal como privación
San Agustín de Hipona
(354–430), uno de los primeros en enfrentar el trilema desde el cristianismo,
argumentó que “el mal no es ninguna sustancia, sino la perversión de la
voluntad que se aparta de la sustancia suprema” (Confesiones, VII, 12).
Para él, Dios creó todo bueno; el mal surge cuando las criaturas libres eligen
mal. La libertad es un bien mayor, y sin ella no existirían la virtud, el amor
ni la redención. El precio de la libertad es la posibilidad del pecado.
Leibniz:
este es el mejor de los mundos posibles
Gottfried Wilhelm Leibniz
(1646–1716), en su obra Ensayos de Teodicea (1710), no eludió el dilema,
sino que propuso una solución audaz: Dios eligió crear “el mejor de los mundos
posibles”. Para Leibniz, entre todos los mundos que Dios pudo haber creado,
eligió aquel que contenía la menor cantidad de mal necesaria para el mayor
bien. Así lo resume:
“Dios ha escogido lo mejor
entre todos los mundos posibles… el universo debe ser preferido a cualquier
otro posible” (Teodicea, §225).
Para él, incluso los males
más terribles pueden formar parte de un todo armónico que nuestra mente finita
no alcanza a comprender. Pero el mal sigue siendo real, y en ocasiones —como en
Jet Set— insoportable.
Tomás de
Aquino: un orden que incluye el mal
Santo Tomás de Aquino
(1225–1274) profundizó en la tradición agustiniana y agregó un enfoque
naturalista. En la Summa Theologiae (I, q. 48, a. 1), afirma que “el mal
es la privación de un bien debido”. El mal no tiene ser propio: es como la
oscuridad, que no existe por sí misma, sino como ausencia de luz. Dios,
sostiene Tomás, no causa el mal, pero lo permite porque puede sacar bienes
mayores de él. Incluso el mal físico (sufrimiento, muerte) puede contribuir al
bien común del universo, en un orden que sólo la inteligencia divina comprende.
La
tragedia y la pregunta que permanece
Frente al trilema de
Epicuro, estos pensadores no renuncian a ninguna de las tres premisas. En cambio,
reconfiguran nuestra comprensión del mal: no como creación divina, sino como
una consecuencia de la libertad, la finitud o el orden universal. Pero en
momentos como el del 8 de abril, cuando la sangre inocente se derrama, sus
explicaciones parecen apenas bordear el dolor humano.
¿Dónde estaba Dios esa
noche? La teología dirá: acompañando en silencio. La filosofía, más cauta,
dirá: aún lo estamos pensando. Como escribió Leibniz:
“Aun cuando a veces el
curso de las cosas parezca confuso y cruel, no hay que desesperar; la sabiduría
divina ve más lejos de lo que nuestra razón alcanza” (Teodicea, §120).
No hay consuelo fácil. Pero
pensar el mal es, también, una forma de resistirlo. Si no podemos eliminarlo, ya
que Dios lo ha permitido, al menos podemos no callar. Porque lo que ocurrió en
Jet Set es un nuevo grito lanzado contra el misterio del mal —un misterio que
sigue doliendo, pensando y, quizás, exigiendo fe.