La neuroética, en la actualidad, se entiende desde una perspectiva dual: por un lado, como la ética de las neurociencias, y por otro, como la neurociencia de la ética. Se trata de una rama emergente de la bioética que ha experimentado un notable desarrollo en las últimas décadas, posicionándose como un campo de estudio relativamente nuevo y en constante evolución.
Este crecimiento ha sido impulsado, en gran parte,
por los avances tecnológicos en el ámbito de la investigación cerebral,
especialmente en lo referente a las técnicas de formación de imágenes del
cerebro. Estos avances han permitido un incremento significativo del
conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro humano. No obstante, también
han generado una serie de dilemas éticos profundos, tanto en lo que respecta a
los métodos utilizados para obtener dicho conocimiento, como en su posterior
aplicación.
En este contexto, la neuroética surge como una
disciplina crítica que busca delimitar
lo técnicamente posible de lo moralmente aceptable. Por ejemplo, plantea
preguntas fundamentales como: ¿Hasta qué punto es ético modificar el cerebro
mediante psicofármacos con el fin de inducir cambios en el comportamiento?
¿Dónde se trazan los límites entre la mejora cognitiva y la manipulación de la
identidad personal?
La neuroética se trata en consecuencia de una brújula ética, ayudando a orientar el
uso responsable del conocimiento neurocientífico en beneficio de la humanidad,
sin perder de vista los principios fundamentales de la dignidad, la autonomía y
el respeto por la persona.
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