Están en juego hoy día en todas sus dimensiones los valores
morales transmitidos a través de estos materiales prohibidos. Una de estas
tecnologías de la información y comunicación es la Internet ilustrado por Juan
Pablo II como un nuevo «foro», entendido en el antiguo sentido romano de lugar
público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes
religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se
manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la
ciudad muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente,
sino que también creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el
ciberespacio, que es, por decirlo así, una nueva frontera que se abre al inicio
de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta
entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que
caracterizó otros grandes períodos de cambio.
Precisamente a estos peligros me quiero referir, cuando un
adulto deja enganchado un material dañino, pero de fácil acceso para los niños y
niñas. Igual de grave sería si ésto se filtrase en los materiales
educativos, pues se crearían anti-valores en los mismos cimientos de nuestra
humanidad y no me refiero sólo a la sexualidad, también están esos contenidos
que promueven la guerra, la discriminación y la cultura de la muerte.
Como lo ha señalado Javier Echeverría, los valores que
conforman actualmente el núcleo básico de la visión preponderante de la
tecnología son los pragmáticos, técnicos, epistémicos, económicos e incluso
militares, mientras que los valores éticos, sociales, políticos y ecológicos se
sitúan todavía en la periferia de la actividad tecnocientífica, pues pertenecen
a aquella visión desde la exterioridad de la racionalidad
pragmático-tecnológica. (Jorge Linares 2008).
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